En la Marea

Cuentos en la Marea /

Dentro del Viento

A Neil Gaiman: Gracias. Por todo. Y por Sueño.

La luna se veía gigante. Si en realidad se hubiera visto así de grande, creo que habría cegado a la humanidad por completo. Su intensa luz plateaba la arena que lo cubría todo. La noche, sin embargo, era oscura y ella caminaba sola. Tenía un vestido azul que ondeaba al viento y se enroscaba con su cabello al andar. Siempre allí su pelo era más largo.

Anduvo muchos kilómetros con los pies descalzos sobre ese paisaje devastador. Anduvo sin saber adónde iba ni cómo había llegado ahí. Anduvo sola siempre, sin cruzarse con nadie más. Anduvo como si el tiempo no existiera y ella no pudiera hacer más que seguir adelante, seguir avanzando, seguir un camino que no estaba marcado y nadie conocía.

El viento era frío y traía historias, voces, melodías extrañas. Ella trataba de no escuchar y se concentraba en avanzar sin descanso. No sabía por qué caminaba o hacia dónde, pero sabía que era todo lo que podía hacer.

-Es increíble lo que puedes hacer con una vida-. La voz se escuchaba tenue en la distancia, pero su claridad era infinita. La mujer filosofaba sin esperar respuestas. - . Puedes ser un traidor y matar a tu mejor amigo, o puedes convertirte en el cantante de rock más amado de la historia de la humanidad. Y todo primero es un sueño, antes de volverse realidad. A veces te envidio un poco - .

La voz calló. Del otro lado alguien escuchaba. Su silencio era tangible como la arena bajo sus pies. La joven tuvo miedo de morir. Sin motivo, sin sentido alguno, de repente le sobrevino un profundo temor, como si su vida estuviera acabando ahí mismo. Volvió a no escuchar, a enfocarse, respiró profundo y siguió adelante. La inmensidad del desierto era tan grande que la abrumaba. Y la luna gigante en el horizonte intentaba convencerla de que todo aquello no estaba sucediendo.

Pasó incontables horas caminando en ese lugar de delirio hasta que, ya sin fuerzas, cayó al suelo. La arena estaba tan fría como la noche y su conciencia se desvanecía. Intentó mantenerse despierta pero el cansancio era demasiado y perdió el conocimiento.

Cuando volvió en sí, sintió que habían pasado varios días desde que se había desmayado. Pero el tiempo allí era tan incomprensible que casi estaba segura de equivocarse. Miró a su alrededor y unas botas negras llamaron su atención. Cuando miró hacia arriba, vio a un hombre muy alto, con una capa larga que se apoyaba sobre la arena tras él. El miedo la invadió sin remedio y pensó en huir. El pálido ser la detuvo poniéndose frente a ella.

—No vas a morir —dijo por fin—. Escuchaste una conversación que no deberías haber escuchado, eso es todo. ¿Qué es lo que quieres?

Ella se quedó inmóvil, sin comprender. Pensó por qué él le habría preguntado eso y quién sería. Y él habló de nuevo, como si sus labios hubieran dicho sus pensamientos en voz alta.

—Soy el rey de los Sueños y estas tierras son mis dominios. Lo que ves y lo que no ves. En continuo cambio y movimiento, sobre todo aquí en las Zonas Cambiantes o, como a los humanos les gusta llamarlas: los Lugares Blandos—dijo; ella estaba muda y lo miró, perpleja. El pálido ser suspiró visiblemente frustrado y siguió hablando lentamente con voz grave—. Es curioso que nos encontráramos aquí, en un lugar que no es ningún lugar, donde el tiempo se encoge para luego volver a extenderse más adelante. Aquí convergen muchas eras y muchos sitios. Y aquí estoy. Tú me llamaste.

La joven lo miró y sintió que comprendía aún menos, si eso era posible. Tuvo la impresión de que todo a su alrededor era borroso de pronto y se cubría de una neblina particular. Pero a veces, al desvanecerse los contornos de lo real, podemos ver con más claridad hacia adentro.

Ella se recordó a sí misma sentada en su cama, mirando la pared con lágrimas en los ojos, sintiendo que toda su vida desaparecía frente a ella. Recordó las semanas previas, en las cuales trabajaba furiosamente en un manuscrito que sólo contaba con páginas en blanco o llenas de manchas de tinta sin sentido. La sensación de haber perdido todo la embargó de nuevo; pensó que nunca podría volver a escribir y que nada podía hacer para recuperar su arte, que era lo que la mantenía viva y lo que daba sentido a toda su existencia. Sin eso, no era nada. Un manojo de huesos sin propósito. Un barco a la deriva al que no le quedaba más que naufragar.

—¿Y bien? —La voz de Sueño la sacó de su ensimismamiento. Su capa se fundía con la niebla y parecía estar hecha de la misma noche, con estrellas brillando aquí y allá que desaparecían al primer parpadeo—. ¿Qué es lo que quieres?

Ella dudó, se secó de las mejillas las lágrimas que no recordaba haber derramado y lo miró a los ojos, que parecían dos cuencos profundos llenos de oscuridad, con pequeños destellos de luz en la lejanía.

—Perdí mi habilidad para crear —dijo—, y con ella mi creatividad, mi razón de vivir y mi propósito. Me siento vacía y sin sentido. Necesito encontrar mi centro otra vez.

El viento levantaba con fuerza las arenas de ese desierto mutable y extraño, y hacía remolinos dorados alrededor de ellos. Sueño se quedó mirando uno en particular que se mantenía un poco más estable que los demás. Parecía perdido en los más profundos pensamientos.

—Tu centro no es un lugar que puedas encontrar. Está sometido a los vientos del Universo —dijo mirando un punto a lo lejos—. Cambia y se retuerce sobre sí mismo. Desaparece a veces, y vuelve en el momento menos esperado. Muchas veces lo buscaste lejos cuando estaba dentro de ti, y cuando miraste allí, ya no estaba. Tendrás que crear tu propio camino para llegar a él, y destruirlo después para empezarlo de nuevo porque nunca estará en el mismo lugar —la miró a ella nuevamente; su mirada era tan intensa que le costaba sostenerla—. Tu centro es el sueño.

Ella pudo sentir sus palabras muy dentro de su cuerpo. Sintió resonar toda la fuerza de esa verdad en sus huesos, en lo más recóndito de su ser. Supo que Morfeo no mentía y empezó a entender de nuevo el sentido de las cosas. Volvió a sentirse completa y conectada. Al mismo tiempo algo empezó a agitarse en su interior. El viento de afuera ya no parecía tan fuerte en comparación con el aire que hacía remolinos en su estómago.

Y recordó un ser etéreo en la oscuridad, que la llamaba desde lejos. Su voz no tenía suficiente fuerza y a ella le costaba rastrear su origen. Pero siempre estaba ahí; más cerca o más lejos pero siempre estaba con ella. Sueño habló de nuevo como si hubiera escuchado lo que ella pensaba.

—Es una parte de ti la que te busca.

Ella miró hacia delante y vio la arena arremolinarse impidiéndole la visión. Pero al otro lado se veía una figura muy clara. Sus contornos eran borrosos y sus facciones, irreconocibles; pero estaba frente a ella a pocos metros.

El corazón de la joven volvió a contraerse en su pecho y las lágrimas brotaron en silencio de sus ojos, marcando de sal su rostro. La necesidad de abrazarlo era incontenible, y supo sin verlo que, a través de la niebla, él también lloraba.

—No pueden verse aún, pero están siguiendo el mismo camino —siguió el rey de los Sueños—. Sólo que cambia constantemente, más aún al no estar ustedes en equilibrio. Pero la niebla se disipará pronto. Los tiempos también están cambiando y aquí se están decidiendo y reafirmando muchos senderos. Tendrás que saber ver hacia adelante, aunque nada sea claro, y esperar. Hay un tiempo para cada encuentro.

Ella lo miró y secó sus lágrimas mientras asentía. Luego volvió a mirar hacia adelante, hacia la arena que no dejaba de agitarse en el aire frente a ella. Respiró profundo y aceptó que no podría avanzar hasta que no fuera el momento. Después cerró los ojos por unos segundos y con una mano atravesó la niebla dorada. El viento era fuerte y la arena cortaba su piel; el dolor era demasiado. Y esperó creyendo que esperaba en vano. Cuando estuvo a punto de retroceder, él tomó su mano dentro del viento. Y se sostuvieron por un instante, en ese lugar que pronto no sería más que un recuerdo.