En la Marea
Cuentos en la Marea /Visitantes
Camila Pérez Schunk
07/01/2017
Visitantes
Abrió las ventanas una por una, mientras caminaba por su departamento. No demasiado; sólo lo suficiente para que entrara el viento calmo que soplaba afuera. Después de todo, era el día más frío del año. La noche más larga se avecinaba y ella podía sentirlo en lo más profundo de su ser.
Los días previos al solsticio todo había comenzado a moverse de formas extrañas. Sus sueños se habían vuelto rebuscados y un tanto perturbadores durante la última semana. Anunciaban un cambio que, ella sabía, no llegaría pronto. Y sin embargo había en el aire una energía de prisa, de inminencia. Todo parecía estar precipitándose. Pero algo le decía que aún no era el momento.
Respiró profundo con los ojos cerrados mientras abría la última ventana, en la parte frontal del living, donde haría el ritual. La brisa le acarició la cara y ella volvió a sentir la certeza de un cambio profundo que estaba gestándose, pero a la vez faltaban todavía tiempos de calma. Estaba segura. Aún había sombras que afrontar en las profundidades del invierno. Pero desde esa noche en adelante, las sombras no harían más que acortarse frente a la inevitabilidad de la luz, que seguiría extendiéndose hasta la primavera, al compás de los días venideros.
Hacía mucho tiempo (más de un año, recordó) que no hacía un ritual. Sí mantenía la costumbre de los pequeños rituales, los que hacemos todos de vez en cuando, a veces sin darnos cuenta incluso. Pero no un ritual con todas las letras, siguiendo los pasos que tantos antes que ella habían seguido. Rituales poderosos y ancestrales, los que realmente la conectaban con su esencia mágica.
Cuando comenzó a investigar sobre la Wicca1 para un trabajo de la facultad, sintió una conexión profunda con sus creencias y ceremonias. Las costumbres católicas de sus padres siempre le habían resultado lejanas y sin sentido. Los wiccanos, en cambio, festejaban el sol y la naturaleza como los pueblos de antaño. Ella podía sentir la magia de sus ancestros fluyendo en su interior, conectándola con un mundo nuevo en el que sabía que ya estaba inmersa hacía mucho tiempo. Sólo le faltaba descubrirlo.
Abrió los ojos y fue a buscar las herramientas que necesitaba para el ritual de Yule. Mientras lo hacía, pensó en la importancia de este sabbat2 dentro de las festividades de la rueda anual: la naturaleza dormía y, bajo la tierra, la vida esperaba el momento de volver. Yule3 representaba el renacimiento del dios luego de su muerte. Celebraba el comienzo del largo camino de regreso del sol, un tiempo todavía oscuro en el que observarse y descubrirse a uno mismo antes de renacer a un nuevo ciclo, a una vida nueva. Tiempo de celebración y esperanza por la vuelta de la luz, y de introspección y recogimiento para afrontar los cambios que el futuro traería. Tiempo para gestar nuevos sueños y encender el fuego que los alimentaría en su trayecto hacia la materialización.
Mientras disponía cada elemento para preparar el altar, fue concientizando qué proyectos estaban tomando forma en su interior y analizando sus propias falencias y fortalezas para lograr su concreción. Lo hizo con calma, sin apurar sus pensamientos, sino tomándose el tiempo para interiorizar lo que faltaba del proceso que recién estaba por surgir y emprender un viaje largo y profundo. Sonrió pensando en la espera y el tiempo de preparación.
Se arrodilló frente a la ventana del living y dejó con cuidado las herramientas a su lado, para empezar a acomodarlas. Esta vez decidió que no seguiría las costumbres wiccanas al pie de la letra; se dejaría llevar por su intuición. Este solsticio no era uno más, sino todo lo contrario: marcaba el comienzo del mayor cambio del año que estaba transitando. No sólo ella, pensó, sino todos estaban en espera de una tormenta que sería determinante para todo lo que vendría después. Por ese motivo le pareció apropiado hacer el ritual de acuerdo a lo que sintiera más conectado con su camino espiritual, que a veces se alejaba de la Wicca incluso y tomaba vías mucho más personales para ella.
Como Yule era una festividad representada por el fuego, decidió que crearía el círculo mágico que la protegería durante el ritual con velas. Tomó velas blancas, trece en total, y fue encendiendo cada una y acomodándolas formando un círculo perfecto a su alrededor. Al encender cada una y depositarla en su lugar, cerraba los ojos por un instante y llamaba mentalmente a los seres elementales del fuego y del agua, de la tierra y del aire. Los invocaba para que la ayudaran y la acompañaran durante la ceremonia. Cada vez que apoyaba en su lugar asignado una de las velas, sentía que el círculo se hacía más fuerte y el calor la envolvía como una manta protectora que no dejaría pasar ningún tipo de energía que no fuera bienvenida.
Desde la tierra vibran como un hormigueo suave acariciando mis pies. En el aire se hacen viento para alejar la oscuridad. Con la lluvia tejen mareas descontroladas que me invitan a sentir y conectarme. Entre las llamas camino para iluminar la más larga de las noches.
En la parte frontal del círculo, que estaba cerca de la ventana, colocó una estatua pequeña. En ella estaba representado un dios robusto con cabeza de elefante. Cuatro brazos salían de su torso, cada uno sosteniendo sus atributos característicos: un plato de dulces en ofrenda como recompensa de la búsqueda de sadhana4, una mano abierta y expuesta hacia adelante mostrando una esvástica en señal de protección divina, el caracol que guarda el sagrado sonido del Om, la aguijada para quitar los obstáculos del camino del dharma5.
Ganesh, que brillas como un millón de soles, ilumina mi camino, liberándolo siempre de obstáculos.
Tomó otra estatuilla con la forma de un gran tigre con las fauces abiertas como si estuviera emitiendo un rugido. Bajo sus pies había espirales nubosos que representaban el aire, el elemento que lo caracterizaba. Lo acomodó a la derecha.
Te invoco, Byakko6, para que con tu luz blanca acompañes mis pasos y con tu rugir me ayudes a afrontar la tormenta que se aproxima.
Sacó de un frasco de vidrio lo que había recolectado en el parque a la tarde: hojas secas, piñas, retazos de corteza, flores y ramitas de pino. Dejó algunas a los pies de Ganesh, otras a los pies del tigre blanco, y puso las que sobraron dentro de un recipiente de vidrio. Allí dentro también introdujo un papel que guardaba lo que quería dejar atrás, y lo apoyó a la izquierda de Byakko.
Me libero del miedo para mirar hacia delante y dejo atrás lo que ya no necesito. Abrazo los tiempos más oscuros con la certeza de un pronto amanecer.
Más cerca de donde ella iba a sentarse acomodó un pequeño cuaderno de hojas recicladas y, sobre él, una cruz celta labrada. En su interior varias líneas color plata se entrelazaban formando intrincados nudos célticos que seguían también en el círculo central que representaba al sol. Pasó sus dedos sobre el símbolo y se dispuso a colocar lo último: representaciones de los cuatro elementos para anclar sus prácticas en este plano.
Delante de Ganesh colocó un cuenco con agua, prendió una vela más que acomodó cerca de la estatuilla del tigre para representar al fuego y un sahumerio que representaría el aire, el cual puso sobre el recipiente con frutas. Decidió que este último sería el que representara a la tierra.
Ya todo estaba en su lugar. Sólo faltaba ella. Se acomodó sobre las rodillas, apoyó los empeines en el piso y se sentó sobre sus talones. Dejó las manos suavemente apoyadas sobre sus muslos con las palmas hacia arriba en señal de entrega. Cerró los ojos, enderezó los hombros hacia atrás e inspiró profundamente. Retuvo su respiración unos segundos y luego fue exhalando suavemente. Sintió cómo el aire recorría el interior de su cuerpo y le insuflaba vida y tranquilidad.
Inhaló y exhaló varias veces, sumamente consciente de cada respiración, hasta que sintió que se había relajado por completo. Buscó dentro de sí los rastros de una sombra que la seguía a menudo y no le costó encontrarla. La visualizó en su mente y la enfrentó, sin luchar ni resistirse. Sólo la observó retorcerse frente a ella. Sus afilados contornos se fundían con los alrededores. Desaparecía por momentos y volvía a su posición.
Pronto vio cómo algunos destellos de luz iban atravesando la sombra y seguían su camino hacia ella. La sombra, en la oscuridad, ya no parecía tan amenazante.
Desde la oscuridad del invierno, le doy la bienvenida al sol que vuelve, porque de la oscuridad nace la luz y del vacío emerge la realización. La noche más larga del año está en el umbral. Abro la puerta para honrar la oscuridad.
La sombra se recluyó a otro lugar que ella no pudo ver. Se sintió más liviana y el sol del atardecer que entraba por la ventana entibió su piel.
Los dioses llegaron poco a poco y se sentaron a su lado. Sus ojos miraban en otra dimensión, que no era su living pero a la vez lo era. Allí vio llegar al tigre blanco, el guardián del oeste a quien había invocado. Un rugido grave llegó a sus oídos y al mismo tiempo escuchó un trueno en la distancia. Una tormenta se aproximaba. Sin embargo, ella sabía bien que afuera seguía brillando el sol. Byakko se estiró como un gigantesco gato y se sentó a un lado del círculo que ella había conjurado.
Ganesh se acercó también y con su intensa presencia inundó la habitación. Ella sintió que todos sus problemas se alejaban y soltó el aire con fuerza, mientras se liberaba de un peso que ni siquiera sabía que cargaba. El dios adoptó una postura de meditación y se dedicó a acompañar el ritual.
Aparecieron guardianes que ella recordaba de su infancia. Un perro negro de gran tamaño se recostó apoyándose en su pierna derecha. Detrás suyo, un ángel envuelto en ropas blancas y celestes se quedó de pie. Sus alas desplegadas casi tocaban el techo. Vio a un chico con el cabello rubio hasta los hombros y rasgos muy parecidos a los de ella, que se sentó a su izquierda y copió su postura. Allí donde alcanzaban sus ojos pudo ver pequeños seres bailando en las llamas de las velas, en el humo del sahumerio y sobre el cuenco del agua. Salamandras, hadas, sílfides y ondinas revoloteaban en los alrededores protegiendo el círculo.
Ella se sintió sostenida por una fuerza más allá de sí. Una energía particular la envolvió y a la vez se hizo parte de ella. En su interior había un mundo en espiral que giraba por siempre dentro de un universo de inagotable magia.
Con los ojos cerrados, en un estado de quietud que no conseguía a menudo, pudo ver los pájaros a lo lejos, que le recordaron cómo se sentía el viento al pasar entre sus alas. Pudo conectarse con las rocas en el río, aún más lejos, que le contaron cómo era el ruido del agua escurriéndose entre ellas a toda velocidad. En una plaza un niño cantaba una canción que no sabía y se apoyaba en un árbol para escuchar un cuento hecho de hojas y crujidos. Sintió la ferocidad del mar en sus pies y la arena hundiéndose en las profundidades. Pronto el suelo se esfumó y en un bosque encontró un lince que la miró a los ojos y más allá de ellos, y le reveló su verdadero nombre. Luego atrapó un zorro que pasó muy cerca y lo devoró frente a ella. Se alejó todavía más y una cascada se abrió paso sobre la roca de una montaña, y la música del agua fluyendo a través de miles de grietas la embriagó y viajó con ella desde entonces. Y todas las historias le enseñaron que en verdad todo estaba cerca cuando el alma vibraba en armonía con la naturaleza y sus suaves respiraciones.
Ella estaba quieta en su living, respirando aires de lugares distantes y lugares inexistentes, pero su alma se agitaba sin control en busca de una oportunidad para frenar el torbellino a su alrededor.
De pronto, todo se detuvo. Todo volvió repentinamente a la calma. Ella abrió los ojos y en ellos la calma se había asentado también. Pero en su interior se había encendido un fuego que ardería aun en la oscuridad del invierno que comenzaba.
Cae la noche en la profundidad del Universo. Los astros brillan y los animales duermen. Nuestros sueños viajan por el mundo buscando un lugar para renacer.
Religión neopagana, vinculada con la brujería y el politeísmo.↩
Festividades de estación y semiestación que dependen de los ciclos solares y de la relación del sol y la Tierra.↩
Solsticio de invierno. Se celebra entre el 20 y 23 de diciembre en el Hemisferio Norte y entre el 20 y 23 de junio en el Hemisferio Sur.↩
Término sánscrito que para el budismo, el hinduísmo y el sijismo significa “práctica espiritual”.↩
Término sánscrito que significa “religión” o “ley religiosa”.↩
Término japonés que significa “tigre blanco”. Uno de los cuatro monstruos divinos que representan los puntos cardinales en la mitología japonesa.↩